Es todo lo que he tenido desde el primer momento en que empecé a recordar con euforia y clamor los primeros rostros de mi vida, los primeros olores y sabores del café en las mañanas antes de montarme en el carro y partir a recorrer la ciudad con mi abuelo. De la misma manera fueron quedando en mi memoria aquellos rostros salir por la puerta y no regresar jamás.
De pequeño, creía inocentemente que las personas nunca se iban del todo; que tarde o temprano volvían porque había lazos tan fuertes e irrompibles cómo un abrazo cálido en aquellos momentos dónde todo sabe a amargura y perdición que, aún con desvíos y prolongaciones en el camino, volvían a reunirnos.
No temo de la muerte, temo al tiempo y al olvido.
Ahora, ya con la poca inocencia que quedaba adentro de mí arrebatada, dejo de ver color amatista y empiezo a ver monocromático; blanco y negro, no hay más colores en esta vida.
He dicho que uno decide si ser luz u oscuridad en la vida, pero ¿qué pasa con aquellos que ya no quieren ninguna? Sólo respirar, sólo existir de manera desapercibida por temor a seguir flagelándose por las ausencias de otros.
He ahí el problema; eres joven y esperas que todos te quieran cómo vos lo haces con ellos, pero, más grave aún, esperas que todos te guarden en su mente y corazón, esperas que sigan ahí, así sea en la distancia. Eres patético, te lastiman cosas que ya sabías serían; eres un vacío andante.
Y lo soy.
Y han tomado ido tomando lo poco seguía vivo aquí, en este bulto andante de carne, huesos y desesperanza. Oh! Tan joven y tan lamentable! ¡Que destino tan deprimente te aguarda! ¡Ríe! ¡Ríe mientras puedas, porque el día de mañana no estarás, ni serás un mísero recuerdo!
Después de todo ¿Quién recordaría a alguien tan desgastante cómo yo?
...
Es lo que soy. Es lo que seguiré siendo. El mismo que sigue escribiendo para no ahogarse con el abismo que se le forma en la garganta sin perdón ni piedad, el mismo que se entrega estúpidamente, el mismo que camina con la esperanza de ser abrazado por la espalda y ser reconfortado por breves instantes de la pena que carga en sus espaldas. El mismo que, caminando una vez por el desierto, un alma deambulante por allí le grito "ESCRIBIR PARA NO GRITAR" Y desde ese momento, ese pensamiento domino su mente; el despojo inspirado por el desierto a no temer mostrar sus paupérrimos versos, pues es la única salida, es la única vía para los que nos entregamos a las letras. Al final, los recuerdos se olvidan, la gente parte, los amores te aborrecen, pero las palabras son eternas e infinitas, perfectas, hermosas, y son todo lo que evita que perezca de asfixia.
Soy lo que soy. Soy QUIÉN soy. Soy mientras vivo un recuerdo efímero, un poema vacío, un verso sin sentido; pero con poder. Soy un imbécil lleno de resabios que algún día lo acabaran consumiendo. Soy la parte de mi alma que deje uno, dos y tres años atrás; las mismas partes que han ido muriendo por la gente y las circunstancias.
Y si bien me puedo ahogar con mis palabras, nunca me las tragaré, amor mío; son todo lo que tengo y no me retracto de ellas.
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Es gracioso cómo la gente lastima a los que hay a su al rededor, y es aún más gracioso aquellos lastimados sean tan amantes cómo para seguir ahí, aún en la distancia, para ellos. Es gracioso, porque soy así. Es gracioso, porque ya ni sé si amo u odio ser así.
Dadme luz, dadme paz, o de lo contrario, acabad conmigo. Rápido, por favor.
Un profesor me dijo un día "El mayor dolor que puede sentir alguien es estar rodeado de gente y convencerse de estar solo" pero, siempre he pensado que esta equivocado; el mayor dolor que puede vivir alguien es estar rodeado de gente y saber que esta solo ahí dónde se encuentra.
Y sigo cuestionando cómo me mantengo vivo.
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Grito en la cima de la torre: SIGO VIVO, MUERTO, PERO VIVO. Y sin esperar más, retomo el camino y encaro al olvido y a la helada que trae consigo.
Soy mientras vivo un recuerdo efímero, un poema vacío, un verso sin sentido.